Reseña de la novela "Siempre en domingo" (de Carlos Decker-Molina)
Reseña escrita por el periodista Erico Oller-Westerberg
Así como los talibanes dinamitaron las estatuas de buda en el valle de Bamiyán, en Afganistán, y los del EIIS derribaron el templo de Bel en Palmira, Siria, los originarios demuelen iglesias en el altiplano de un país que en un tiempo se llamó Bolivia. Corre el año 2048 y apenas han pasado cuarenta años desde que el primer presidente indígena ganara las elecciones y devolviera el protagonismo político a la población originaria en esa nación sudamericana. La transformación del país ha sido notable. En la novela, los tiempos políticos se aceleran y el cambio cobra el impulso de un alud que amenaza llevarse todo a su paso.
Siempre en domingo es un relato distópico en el que muchos encontrarán claros paralelos con la actualidad política de Bolivia. Pero también los hay con procesos en otros países donde diferentes dosis de populismo, fundamentalismo y nacionalismo crean un relato histórico apócrifo pero movilizador, al tiempo que excluyente y amenazante. La acción del libro transcurre en una localidad predominantemente indígena y con un capital político mucho mayor que su importancia económica o la cantidad de habitantes. Será el escenario donde debute la revolución cultural y moral que, como una tormenta de arena, se extenderá sobre toda la planicie andina. Wara es una joven que vive con su abuelo materno, pero bajo la inspiración de una abnegada madre que trabaja de criada de una familia acomodada, en otra ciudad. La misión de esta señora es que su hija tenga una vida mejor que la suya propia, navegando una sociedad machista y estratificada étnicamente. Y su esfuerzo ha dado resultado. Wara se recibe de partera y se convierte en una profesional muy apreciada en el hospital local. Con una ingenuidad que puede sorprender –si no se tiene en cuenta la dureza del medio social– la joven parece dispuesta a descubrir el amor y el sexo, la independencia económica, la libertad de decidir sobre su vida de mujer y ciudadana sin advertir las amenazas en su propia familia.
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El problema es que Jacinto Mallo, el abuelo de Wara, tiene otras ideas. Y don Jacinto no es el tipo de viejito al que la nieta o la hija – en realidad, casi nadie en la ficticia localidad de Q’arapampa– puedan ignorar. Mallo es el Gran Yatiri, el chamán, el sumo sacerdote de un movimiento que –desde la vanguardia indigenista– quiere retroceder la historia a la era precolombina. Si no fuera porque vivimos en tiempos en el que todo disparate parece posible, uno encontraría muchos pasajes de “Siempre en domingo” simplemente cómicos. Pero en la novela hay una mezcla aterradora de iniciativas y episodios que nos recuerdan procesos políticos contemporáneos. Siempre en domingo es, casi, una novela feminista. Wara, como mujer joven que lucha por su independencia, ilustra con sus derrotas y su frustración, la misma tragedia que sufren otros grupos sociales a su lado como los mestizos, los homosexuales, los intelectuales, los ateos, los blancos.
Hablamos de una sociedad donde el culto al sol y la madre tierra ha sido restituido, y en la que los chamanes consultan las hojas de coca en lugar de las de la biblia. Los teléfonos celulares están prohibidos, los libros se prohíben y queman, los matrimonios son acordados por los mayores, las mujeres están confinadas al hogar, no se festejan los cumpleaños sino solo los primeros seis meses de vida, y se celebra la primera menstruación. Una población medio amedrentada y medio entusiasmada por estos nuevos vientos incluso aceptan, con sorpresa y resignación, que los festejos del Año Nuevo Originario obliguen a una abstinencia sexual de tres días. Pese a los chispazos de humor, Siempre en domingo es una lectura agobiante, la crónica de como una comunidad se hunde en la opresión y el oscurantismo.
El oscurantismo no radica en las creencias autóctonas y la opresión no consiste solamente en que se impongan sin respetar la voluntad de vastos grupos sociales. Al fin y al cabo, hace cinco siglos, los habitantes de esas mismas tierras seguramente vivieron con la misma sorpresa y resignación, nuevas fiestas y creencias que reemplazaron por la fuerza a las propias que ellos creían eternas. El problema es que hoy, como entonces, la revolución religiosa, las nuevas normas morales y culturales, no son más que un telón de fondo. Y el Gran Yatiri no es más que una reencarnación de un virrey o un conquistador español que, como relata la novela, quiere controlar el contrabando, los prostíbulos y el narcotráfico como otrora se controlara la extracción de plata y oro.
Nacido en Bolivia, Carlos Decker-Molina vive en Estocolmo desde 1977 después de haber pasado por Chile, Francia y Argentina. Periodista de profesión, hoy es freelance y escritor. Trabajó en Radio Suecia Internacional y ha sido corresponsal de varios medios hispanoamericanos. Participó como disertante en los cursos y seminarios de FOJO (Instituto sueco de capacitación profesional de periodistas), Instituto Cervantes de Estocolmo y París y ha impartido conferencias en eventos sobre periodismo y política internacional en Suecia, México, Cuba y Bolivia. Entre sus obras cabe destacar el ensayo La historia de escribe ayer, las novelas Tomasa (finalista en el Permio Internacional Kipus 2014), Carlos El Lector, El eco de los gritos, y los libros de cuentos, relatos y narraciones Para no morir tanto y Trapos manchados de sangre.
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