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Reseña escrita por Pepe Pelayo sobre el libro “Reseñas divertidas de libros aburridos” (de Enrique Gallud Jardiel)


Acabo de leer un libro del escritor español Enrique Gallud Jardiel, el cual me provocó un gran dolor. Sentí un profundo desconsuelo, mezclado con pesar, aflicción, angustia, congoja, pena, suplicio y tortura. Y si no resultó más grave fue porque no encontré más sinónimos. Me explico. O más bien le explico a ustedes, queridos lectores, porque yo tengo claro lo que pasó y lo que sentí. No tengo que explicarme nada. Bueno, el asunto es que el libro de Gallud Jardiel, como ya vieron, se titula “Reseñas divertidas de libros aburridos”. Con ese enunciado y conociendo al prolífico autor, un creador extraordinario, un excelente humorista literario, un hombre culto de amplia visión, agudeza e ingenio, me lancé a devorar la nueva obra con el objetivo de volver a pasar divertidos, instructivos y placenteros momentos, como siempre me sucede cada vez que lo leo. Comencé entonces. Y después del índice me extrañó no encontrar ningún prólogo, introducción o nota al lector explicando la inminente lectura.


Pero decidí continuar y me encuentro con una reseña escrita por Gallud Jardiel al libro Las orientales de Zorrilla: un estudio crítico, del autor P. Dante Pellegrini. Como no conozco a ese escritor lo busqué en Google y sólo hallé en Facebook, con ese nombre, a un joven y honesto trabajador de Aliquippa, Pensilvania, en una relación con Margaret Ann y con 90 seguidores; es decir alguien con poca o ninguna probabilidad de escribir un estudio sobre la obra del poeta Zorrilla. Por lo tanto, sabiendo de la pata que cojea Enrique Gallud Jardiel (es un giro popular, ya que él está sano, por suerte) deduje enseguida que aquello era una farsa (o una falsa, da igual), creada por él para ejercitar su característico humor literario. Más aún, cuando veo que la supuesta editorial del libro reseñado se llama Verso Incoloro, típico matiz gracioso de nuestro Enrique.

Por supuesto, me divertí muchísimo con el análisis del tal Pellegrini sobre Zorrilla y de Enrique sobre Pellegrini. Y me sentí casi eufórico al pensar en los momentos de fino esparcimiento que disfrutaría con el resto del libro.



Y pasé a la segunda reseña: “Tratamiento de la matación” (traducido por Inteligencia Artificial”, del autor Robertinho Flack. Por supuesto, ni perdí mi tiempo en averiguar quién era el escritor. Vean ustedes un breve fragmento de lo que supuestamente afirma Robertinho:

“(…) en la actividad de matar, matar a los vivos es algo sumamente vulgar: lo hace casi todo el mundo directa o indirectamente, ya que todos los gobiernos compran armas con el dinero de nuestros impuestos y algunos países se dan especial maña para ellos.

Así es que, si hay que matar, es preferible especializarse en matar a los muertos, labor que es más meritoria y -¿por qué no decirlo también?- que entraña menos riesgos (…)

Como ven, es tan evidente la comicidad del concepto, que borra y disuelve cualquier duda de la autenticidad del libro y del autor. En fin, otra original obra del Maestro Gallud Jardiel.

Y con ese festivo ánimo continué hacia la tercera reseña. Ahí llegó el encontronazo, ahí me llegó el trompazo, ahí se me aflojaron las piernas, ahí sentí que se abría la tierra y me tragaba.

¡Tenía ante mí la reseña que Enrique había escrito sobre mi libro Destinos sin tino!




Enlace del libro reseñado:



Sentí un dolor en mi ego extraordinario. Fue tanto el dolor que cerré el libro y me entregué al duelo. A un profundo duelo. Tuve consciencia de eso mucho después, cuando me di cuenta que viví sus cinco etapas.

La negación. Acto seguido de leer mi nombre y el título de mi libro, pensé que hubo una equivocación del editor, porque mi libro es real, yo soy real. Y la reseña que me había hecho él era muy positiva. Por lo tanto, no tenía por qué estar en esa antología de reseñas ficticias. Aquello “no pegaba ni con cola ni con colina, ni con la saya de tu madrina”, como decían los niños en mi época siglos atrás. Ira. Pero ahí estaba, así que Gallud Jardiel lo había aprobado. Entonces, mi libro no sólo podía pasar como falso ante los ojos de los lectores que no me conocieran. Y ante mis lectores era una devaluación total, ya que salía de la pluma o del teclado (me da lo mismo) de un reconocido escritor de humor contemporáneo, uno de mis ídolos vivos; incluso nieto de uno de mis ídolos fallecidos: Enrique Jardiel Poncela. ¡Y pensar que hasta lo consideraba mi amigo!


Negociación

¿Y si le escribiera un correo a Enrique pidiéndole que eliminara la reseña a mi libro de su libro? ¿Y si lo hacía podría prometerle que le iba a escribir reseñas a todos sus libros, siempre diciendo cosas maravillosas de ellos? ¿Y si le compraba a la editorial todos los ejemplares publicados?

Depresión

Como sabía que todo lo anterior era imposible y esa dichosa reseña seguiría ahí, entre las reseñas divertidas que les hizo a libros aburridos. Sin dudas, era mi desacreditación total. A partir de ese instante no podía hacer otra cosa que abandonar la creación humorística y retomar la ingeniería. Años de mi vida tirados por la borda. Perdería a mis lectores, a mis seguidores, a mis amigos, a mi familia incluso. Me iba a convertir en un pelele, un simplón, un cero a la izquierda (pero a la extrema izquierda). ¿Valdría la pena seguir viviendo?

Aceptación


Entonces me entró la curiosidad de continuar leyendo el libro para saber a quién más había traicionado Gallud Jardiel.

Y sin darme cuenta, ya sumergido en la lectura sin poder parar, comencé primero a sonreír interiormente, después a estirar las puntas de los labios, más tarde a arrugar hasta los ojos y mostrar los dientes y hasta comencé a escuchar las endorfinas liberadas en mi cerebro.

Así, contra mi voluntad, llegué divirtiéndome al último capítulo, titulado Enrique Gallud Jardiel: reseñas divertidas de libros aburridos. En otras palabras, él mismo publicaba una reseña de su propio libro y ahí llegó la última etapa del duelo: mi total aceptación. Vaya que por mi duelo no lo retaría a duelo, como llegué a pensar en un instante. Y les diré por qué…

1-El mismo autor reconoce que este libro es producto de su incontinencia escritural.

2-Que a veces, al releer su libro se abofetearía y otras veces se entregaría una medalla.

3-Él reconoce que en este libro hay reseñas de libros que no existen y otros que sí. Y que combina su producción con execrables bodrios, con los más grandes escritos.

Y como por arte de magia entendí y me sentí en la gloria.

El error fue mío. Ya sé que quizás lo causó el no haber un prólogo, una introducción o una nota al lector, para que no me hubiera sorprendido ver mi libro reseñado ahí, entre los “aburridos”. Claro, eso no justifica que haya dudado de Enrique. Además, su reseña a mi libro es muy halagadora. Fui muy tonto.

Sin embargo, no me arrepiento de cómo pensé y sentí, porque si lo hubiera sabido desde el inicio, no hubiera escrito esta reseña tan extensa.


Pero fuera de eso, estando sorprendido, enojado y deprimido, este libro me hizo reír. ¡Y esa la mejor y mayor prueba de que vale mucho la pena leerlo! Si a usted le gusta el humor culterano; es decir, el caracterizado por la abundancia de cultismos y neologismos, así como por un lenguaje metafórico, tal y como era el Barroco Español, pero actualizado, moderno, bien vivo y chispiante, acompañado de sonrisas, risas, ánimo festivo y placer del humor, debe leer este libro. Créame.




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