Reseña de "Verdades y mentiras sobre mi vida y mi muerte", libro de Enrique Gallud Jardiel
Enrique Gallud Jardiel: «Verdades y mentiras sobre mi vida y mi muerte»,
Ápeiron Ediciones, Madrid, 2024, 172 págs.
Reseña escrita por Manuel Fernández Labrada
Publicada en el blog literario Saltus Altus
En una célebre novelita titulada Enoch Soames, el protagonista vendía su alma al diablo a cambio de viajar al futuro y compulsar por sí mismo la buena o mala salud de sus libros. Nada más deseable para un autor que el poder contemplar su obra terminada cara a cara, como si fuera la de un clásico. Aunque no parece factible adoptar dicha perspectiva (ni tampoco emular al personaje de Max Beerbohm), sí podemos tirar de imaginación y escribir una autobiografía tan completa que la incluya, y así ponérselo más fácil a la posteridad. Dejar la biografía ya publicada, o al menos los materiales necesarios para confeccionarla es una prueba de prudencia admirable, semejante a la que aconseja armar esas cápsulas del tiempo que se siembran en los cimientos de los rascacielos: en el peor de los casos, nos librará de los denuestos de nuestros futuros biógrafos, para quienes será pan comido el levantar la estatua que nos inmortalice. La principal dificultad de escribir una autobiografía completa es, obviamente, que nunca podremos redactar su último capítulo, aunque sí imaginarlo; y desde luego, al autor de este libro la imaginación no le falta. Verdades y mentiras sobre mi vida y mi muerte (Ápeiron, 2024), de Enrique Gallud Jardiel, comprende una autobiografía escrita en silvas, un recuerdo en prosa de su larga experiencia teatral y, finalmente, un divertido poema «prospectivo» en nueve cantos que, a diferencia del dantesco, presenta la ventaja de no limitarse al universo cristiano. Lo más llamativo de este simpático e instructivo libro, que terminaremos de leer con una sonrisa en los labios (y hablando quizás en pareados) es, por supuesto, la parte escrita en verso. Hace muchos años, cuando estudiaba en la Complutense, recuerdo que una mañana vino a clase uno de nuestros profesores con un periódico en la mano y se puso a leernos la última columna de Umbral. Luego nos señaló, entre divertido y admirado, que toda ella ―prosa en apariencia― estaba compuesta «en perfectos endecasílabos». Nosotros nos admiramos mucho, porque, a poco que supiéramos, intuíamos que los metros clásicos no eran para eso. Desde entonces la cosa no ha cambiado. Y sin embargo, ahí están todavía, como la espada clavada en el yunque, a la espera de que venga un autor valiente y se atreva a desenvainarlos.
En cualquier caso, puede parecer raro o caprichoso escribir hoy en día una autobiografía en verso. No lo niego. Pero si hay una vida que por movida y peregrina lo justifique es la de Enrique Gallud Jardiel. Aunque reales, algunas de sus peripecias andan tan fuera de lo corriente que parecen reclamar el verso como cosa propia. La primera parte del libro, «La silva autobiográfica» («Mi vida en verso y ripio, contada hasta el final desde el principio»), está compuesta por una veintena larga de silvas en pareados, donde el autor da cuenta de su nacimiento en Valencia, en el seno de una familia de actores, así como de su infancia, años de internado y turbulenta juventud en Madrid: adecuado pórtico a una larga estancia en la India, de cuya cultura y lengua es grande especialista. Sus viajes, estudios, grados y publicaciones en aquellas remotas tierras tienen, para el sencillo habitante del terruño hispánico, una punta de crónica de Indias o viaje de Marco Polo, y no les queda grande la silva: sobre todo porque está cortada y cosida con los hilvanes del mejor y más fino humor. Siguen su retorno a España, la fundación de una compañía teatral y su docencia en una Facultad de Letras madrileña, así como un recuento de sus variadas actividades culturales: conferencias, televisión, periodismo, presentaciones, recitaciones… Una asendereada trayectoria biográfica (suma de «vida» y «milagros», según titula el propio autor) que, echándole un poco de imaginación, parece tan digna de un cómico de la legua del Siglo de Oro como de un mártir de comedia de santos en el Indostán. Pero el verso también nos informa, cómo no, de su actividad literaria, así como de la poética que la sustenta, centrada en la dignificación del humorismo mediante el cultivo de la sátira y la parodia inteligentes. Aunque el autor apenas incide en los aspectos privados o familiares de su biografía, sí que nos revela algunas de sus aficiones, como la música, el cine y, sobre todo, el teatro. Su temprana subida a las tablas, con tan solo seis años de edad, le ha conferido la envidiable cualidad de poder actuar con entera desenvoltura ante cualquier público. «El hijo de la gata ratones mata», que dijo el de Alfarache. Pero ceso ya en mi impertinente «prosificar» de este primer cantar de don Enrique Gallud Jardiel, donde todo es benditamente excesivo, desde sus tres doctorados a los tres centenares de libros.

Información sobre la obra y compra del libro:
Con «Aventuras en el reino de Talía», segunda parte del libro, abandonamos el verso, aunque no el humor, que parece brotar por generación espontánea de la pluma del autor, que ahora se va a nutrir de los mil y un sabrosos sucesos y anécdotas propios del mundillo de la farándula. Sin dejar de hacer autobiografía, Gallud Jardiel se sitúa un poco más entre bambalinas, como espectador de ese rico mundo del teatro que lo ha nutrido desde niño. Hijo de actores ―y nieto, por si alguien aún lo ignora, de uno de los más insignes dramaturgos modernos―, Gallud Jardiel habla de lo que sabe, y sabe de lo que habla: su larga trayectoria, de figurante infantil a director de compañía y primer actor, así lo certifica: «El teatro se aprende haciéndolo». Y una parte de esa sabiduría nos la transmite ahora bajo la divertida especie de la anécdota: supersticiones y tabúes propios del gremio, accidentes y bromas durante la representación, retrasos y ausencias inesperadas de actores, lagunas en los diálogos… Algunos sucesos los producen situaciones puntuales, como la de actuar ante reclusos o valerse de animales sobre la escena. En general, toda anécdota entraña una enseñanza, y en este capítulo aprenderemos mucho de la psicología del «respetable» (que «perdona al actor algunos errores tremendos y le castiga cuando comete otros leves»), del atrezo y el maquillaje, de la elección del papel más adecuado o los detalles de una declamación controlada. El actor tiene que estar siempre preparado para salir al paso de esos imprevistos que son carta de naturaleza de un arte que renueva sus retos en cada función, y donde el público actúa como un jurado inapelable ―en ocasiones, inescrutable― que se pronuncia al compás de la representación. En otro orden de cosas, y por sus referencias a un extenso periodo de tiempo, este capítulo es un valioso testimonio de la «intrahistoria» del teatro español, de la comedia o incluso de la zarzuela; como también un merecido recuerdo de algunos de los mejores dramaturgos de la pasada centuria, torpemente olvidados hoy en día: Arniches, Muñoz Seca, Jardiel, Jorge Llopis, Casona, Benavente…
Volvemos al verso con «El turista de los cielos», última sección de la trilogía autobiográfica de Gallud Jardiel, donde el recuerdo deja paso a un juego imaginativo que se proyecta hacia la existencia trasmundana del autor: una pirueta final que se concreta en nueve cantos compuestos en pareados endecasílabos. Rechazado del infierno cristiano por no «estar en lista», se verá obligado a iniciar un cosmopolita garbeo por los diversos infiernos y paraísos de las distintas religiones, siempre bajo la amenaza de quedarse suspendido, como Absalón de los cabellos, entre el cielo y la tierra. Al igual que hizo Dante, pero sin necesidad de intérprete ni embajador alguno, el autor visita, sirviéndose de su sola persona, los valhallas y tártaros de las diversas culturas, que para esos y más altos vuelos tiene papeles de sobra Gallud Jardiel: el cristiano, el musulmán, el germánico, el egipcio, persa, chino… Nada tiene de extraño, me parece, pues quien fue en vida ―con todos los respetos― culo de tan poco asiento, no se iba a conformar ahora en sus postrimerías con visitar un par de infiernos o paraísos de pacotilla. Y si alguien pensaba también ―en virtud del currículo asiático del autor― que terminaría sus días dando con su alma en el cielo de los hindúes, le digo enseguida que no: pues el autor, como buen filólogo y cultivador de esta lengua romance que nos sustenta, tiene a gala poner punto final a los desacatos de su imaginación en pleno solar clásico: no sé si porque allí le prometen una reencarnación muy favorable, o porque el panteón de los dioses griegos se abre en pleno a concederle una entrevista. Deformación profesional se llama: andar con la pluma en ristre hasta el último momento. Tras hollar las profundidades del Tártaro y las cumbres del Olimpo aún le quedan ganas al autor para obrar una trastada final: abrir la caja de Pandora en canal y rendirnos su inventario en más de una veintena de irreprochables endecasílabos trimembres.
Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958) pertenece a una familia de artistas y escritores. Actualmente se dedica a la literatura cómica, a la sátira y a la parodia. Es autor de más de trescientos libros, entre ellos La ajetreada vida de un maestro del humor, Libro de libros: Mil curiosidades sobre el más fascinante de los mundos, Historia estúpida de la literatura, Español para andar por casa, El discurso interminable y otros cuentos de humor, Grandes pelmazos de las letras universales, Libros que no querrás leer, Majaderos ilustres, El arte de hacer de todo, Escritores en pijama e Historia para reír. En Ápeiron Ediciones ha publicado, entre otros libros, Séneca, Quevedo y otros plastas por el estilo, Historia cómica de la filosofía, Historia cómica de la ciencia, Historia cómica de la psicología, Historia cómica de la política, El libro incompleto de los locos, Refritos teatrales, Estornudos de Talía, Cinematorripios e Idiotextos y ha sido el responsable de la edición de Blanca por fuera y Rosa por dentro y Textos perdidos y encontrados de Enrique Jardiel Poncela.
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