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Reseña escrita por el humorista chileno Pepe Pelayo


El fecundo y exquisito escritor de humor español, Enrique Gallud Jardiel, comienza la nota introductoria de su último libro Refritos teatrales, con la frase: “Leer teatro es la mejor manera de viajar gratis”. Lo menciono, porque coincide con lo que escribí en mi último libro Destinos sin tinos ("Crónicas de viajes"). Tomé eso como un magnífico augurio y me sumergí en la lectura de su libro, más predispuesto de lo habitual a disfrutarlo. No me equivoqué.


Queridos amigos, voy a aclarar que esta reseña no será como las que les hago siempre a sus libros, porque no quiero cansarlos a ustedes con: “a pesar de ser nieto del gran Enrique Jardiel Poncela, brilla con luz propia”, “es uno de los mejores humoristas literarios culteranos que he conocido”, “es impresionante lo prolífico que es”, etcétera, etcétera. Así que en esta oportunidad solo quiero comentar sobre el libro, cuya prosa es adorable. Y como Enrique también es un excelente hombre de teatro (actor, dramaturgo, director), la lectura exuda excelencia por todos lados.



Retomo entonces su nota introductoria, que titula “Palabras liminares”, donde encontramos “leerse las obras originales puede ser una labor que se haga bastante cuesta arriba, pues hay algunos clásicos que resultan verdaderamente plúmbeos e infumables. Por eso, para facilitarte la vida, te he puesto aquí, en clave de humor, las historietas de algunas comedias famosas, para que disfrutes con estas versiones simplificadas y simpáticas”. Y seleccionó reconocidas obras como Otelo de Shakespeare, Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen, Fausto de Goethe, El perro del hortelano, de Lope de Vega, El burlador de Sevilla de Tirso de Molina, La doncella de Orleans de Schiller, entre otras muchas.


¿Qué hizo entonces? Pues su especialidad: parodiarlas. La parodia es una forma del humor. Y de la burla, claro, como lo es la sátira, la ironía, la broma, la caricatura (que es la parodia en extremo) y el sarcasmo. Mi definición de parodia es: “Imitación burlesca que rebaja al modelo en lo que éste tiene o pretende tener de valioso o meritorio, creando así una versión risible de lo que se supone serio y elevado”.Así que en esta modalidad, todo va a depender de lo fiel, lo cercano, que la versión risible está del modelo. En estos casos, Enrique se aleja y se acerca a su gusto, libremente, y enseguida lo notamos y nos predisponemos de inmediato a jugar con él. Recordar que el arte y el humor son juegos también.


Entonces vemos algo que el lector agradece siempre: Enrique evita la monotonía, ya que utiliza varias formas para divertirnos con cada modelo. Lo mismo recrea una supuesta obra teatral, que crea una versificación, que se expresa con un relato.Si analizamos el humor, tengo que comenzar por el comiquísimo narrador. Con él hace lo que quiere para producir humor. Lo mismo narra exageradamente, o comenta absurdos, o realiza juegos de palabras, o hace “extrañamientos”, tipo concepto brechtiano de salirse momentáneamente del relato para mencionar un disparate, una referencia a la actualidad, etcétera, para enseguida continuar con el argumento como si nada. Sin dudas, el narrador es el personaje más gracioso del libro.


Pero el autor no solo parodia personajes de las obras que tomó de modelo, también crea personajes nuevos que actúan con los protagonistas. Por ejemplo, me reí mucho con uno que hablaba siempre adjetivando todo lo que decía. En fin, en este libro encontrará muchos recursos humorísticos como ironías, sátiras, absurdos, exageraciones, juegos de palabras y otros. Algo importante: si el lector conoce las obras parodiadas, por supuesto que reirá más. Pero si nunca ha leído o disfrutado en escena de esas obras, igual ríe de lo lindo. Esa es otra virtud de Enrique, que se las ingenia para nunca ser un “elitista cerrado”, a pesar de nadar cómodamente en las aguas de las referencias culturales. En resumen, otro libro estupendo de este autor, que nadie se lo debe perder. Gracias, Enrique Gallud Jardiel. Una vez más.

Reseña escrita por ENRIQUE GALLUD JARDIEL

La prosa en forma de diario o carta es especialmente complicada y hasta diríamos que constituye un obstáculo que el escritor se impone voluntariamente para disfrutar del placer de vencerlo, haciendo de su literatura no solo un arte, sino también un juego con retos. Ello se debe a que el uso de la primera persona en narración formal obliga a quien escribe a respetar unas convenciones lingüísticas, a no salirse de una pautas y a renunciar a los diálogos directos y otros recursos literarios siempre eficaces. Curiosamente, hay obras preciosas en este técnica, desde las Pobres gentes de Dostoievski hasta El jardín de las dudas de Fernando Savater. Esta novela de Alba Ramírez no desmerece en absoluto del género, por su gran habilidad narrativa y su capacidad para que entremos en el mundo atormentado de la protagonista.

Estamos, pues, ante un logrado ejercicio de estilo. La constante es un descensus ad inferos, en varias partes —abandonos, prostitución, delincuencia, peligros— hábilmente emplazadas y que van en gradación de menor a mayor, consiguiendo el doble y difícil propósito de mantener el interés por lo que viene a continuación y que, a la vez, el lector quiera detenerse a apreciar en su justa medida aquellas virtudes del texto que no son meramente argumentales, sino estéticas.

La novela presenta un curioso contraste entre la oscura sordidez de las peripecias por las que pasa la protagonista y los continuos haces de luz que encontramos en las referencias culturalistas que permean el relato. Las menciones a grandes libros y a profundos pensadores, las alusiones a la música sirven para proporcionar un alivio ante la angustia de la existencia. El arte se convierte en el contrapeso del dolor.


El planteamiento nos sugiere El proceso kafkiano. Ante unas acusaciones imprecisas, la protagonista confiesa sus errores y delitos en cartas a un juez que acaba siendo el lector mismo, quien juzga la importancia de lo acaecido. Al leer, sentimos alternativamente simpatía y antipatía por la narradora; en ocasiones la comprendemos y en otras su conducta es para nosotros un enigma, pero no dejamos ni por un momento de apasionarnos por esa vida tan intensa que se nos describe. La profundidad y los múltiples aspectos del personaje están admirablemente trabajados y transmitidos.

Y en tanto en el hilo argumental como en el estilo narrativo abunda la supreme virtud literaria —a decir del gran prosista, Baltasar Gracián—: la variedad, esa noción mágica sin la cual el arte queda incompleto. Sorteando la dificultad de capítulos de aparente semejanza estructural, la autora sabe darnos hechos y reflexiones diferentes. El proceso de maduración y transformación del personaje de la protagonista queda minuciosamente detallado. La vemos transformarse de capítulo en capítulo y nos hacemos una idea clara del desarrollo de una vida. Con la salvedad de la diferencia temática, podríamos comparar esta obra en intensidad y poder de atracción de la atención del lector con la novela Carta de una desconocida, de Stefan Zweig.

Alba Ramírez Guijarro es una escritora con una excelente base. A diferencia de otras muchas firmas que están en la mente de todos, ha leído mucho antes de escribir, ha aprendido el oficio de la manera más honesta y directa. Su formación filosófica, su actividad editorial y su extrema sensibilidad la capacitan de sobra para emprender estas complicadas aunque gratas tareas de traer al mundo nuevos personajes y presentarnos sus vidas y avatares. A diferencia de sus personajes —que hacen de la ruleta rusa su droga y su negocio— Alba Ramírez no deja nada al azar, sino que ejerce un perfecto control sobre su historia, porque sabe perfectamente lo que está haciendo. Pule su prosa, dosifica sus descripciones, equilibra las pasiones y nos da un bello libro, de esos de los que ya casi no se escriben. Se lo tenemos que agradecer.


Texto original completo:


Vínculo del libro en Ápeiron Ediciones:

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